Guerra civil mafiosa entre Trump y Musk
Fa 6 hores
OBJECTE: Redacció del projecte bàsic i d'execució i estudi de seguretat i salut per a la rehabilitació de les vivendes protegides a Jaén del Grup 1 Francisco Franco.
Número de registre: S 20051108
Organisme: Conselleria d'Obres Públiques i Transports de la Junta d'Andalusia
Data Límit: 25-01-2006 (Publicat: B.O.J.A.: 30/11/2005)
Avui
Enric Vila
2 desembre 2005
Per poc que hagis viatjat, de seguida que arribes a Roma veus que has descobert el motllo. Totes les capitals europees on has estat te'n semblen una versió, i deixes de prendre't a la lleugera això que "tots els camins duen a Roma". Prenent Roma de model, París peca de vanitat, Londres de mesquinesa, Berlín de grandiloqüència. Cada interpretació del que ha de ser una ciutat es delata davant el model original, perfecte, ideal. Perquè Roma no surt de l'impuls d'una classe social, ni d'un urbanista ni tan sols d'una època gloriosa determinada; Roma és filla dels grans artistes de la història de la humanitat, dels homes que han fet el cànon. Per això cap altra ciutat dóna tant la sensació d'haver tocat sostre, d'haver dit l'última paraula. Ni cap arquitecte pedant és tant de compadir com el que ha nascut a Roma. Allà diries que només els grans artistes hi han tingut carta blanca, i que realment han fet el que els ha donat la gana. Si Roma no fos obra de genis, la Fontana di Trevi se l'haurien carregat per a major comoditat dels ciutadans. Però el romà sap que el seu benestar és secundari. I davant la brutal competència de pedres que inflen el pit, d'egos genials que s'afirmen, ha optat per la filosofia. L'art ens fa somiar; la filosofia, acceptar la nostra petitesa. I així, sabent-se un figurant prescindible enmig d'aquell espectacle, el romà va fent amb l'alegre ironia del zero a l'esquerra, de l'home que sap que no cal que faci res perquè ja està tot fet. I és capaç de servir-te els macarrons en plena plaça del Panteó sense treure's l'escuradents de la boca.
La ruta del cruasán
SERGI PÀMIES
EL PAÍS - 21-10-2005
Corría el rumor de que en la plaza de Sant Gregori Taumaturg se traficaba con unos cruasanes memorables. "Son para llorar de placer", me comentó una vecina que desea mantenerse en el anonimato. El cruasán no es un tema banal. Muchos ciudadanos recorren la ciudad en busca de unos cruasanes más decentes que los que venden algunas comercios: duros, insulsos, que empiezas a masticar el domingo y terminas el lunes. Rápidamente, acudí al lugar de los hechos: el número 2 de la plaza conocida como "de la iglesia redonda". Parapetado tras un periódico, observé los movimientos: adultos de aspecto aseado entraban y salían de un pequeño establecimiento con pinta de joyería. Algunos ni siquiera esperaban para consumir el producto y lo desenvolvían nerviosamente y se lo comían allí mismo, sin que las nuevas ordenanzas municipales hicieran nada para evitarlo. Por la expresión de su rostro, se trataba de un material muy bueno, pero antes de caer en la tentación, opté por vencer mi curiosidad visitando viejos santuarios del cruasán.
Empecé por un clásico: la pastelería Mauri de la calle de Provença. Entre turistas, esperé mi turno y pedí cruasanes convencionales, sin relleno ni puñetas. Me los cobraron a 0,80 euros cada uno, un precio razonable a juzgar por las tarifas vigentes. El precio no es el único elemento que tener en cuenta, pero es indicador de las tendencias del mercado. Para no devorarlos en la calle, me metí en un portal y allí me entregué al placer con los ojos cerrados, recordando algunos grandes cruasanes de mi vida. En una ocasión, pude ver cómo se hacen. La masa, extendida con el rodillo, tenía forma rectangular. Nada hacía suponer que aquello se convertiría luego en varias medias lunas. Con destreza, el pastelero convertía el rectángulo en triángulos recortados y con un hábil movimiento, y después de untarlos con mantequilla, los enrollaba empezando por la parte más ancha del triángulo y sujetando la punta para estirar un poco la masa. Es un espectáculo que suelo recordar cada vez que me enfrento a un ataque de bulimia cruasanil.
Pequemos, pues, y vayamos a la pastelería Canal de la calle de Calvet. Allí están los cruasanes, esperándote en la parte derecha del expositor. El precio tiende al redondeo: 1 euro. Nada que objetar: se paga y ya está. Suponiendo que uno se quede con hambre, puede llegarse, dando un paseo, a la pastelería Baixas de la calle de Muntaner. Aquí el precio vuelve a ser de 0,80 y el cruasán tiende a ser más tostado y crujiente. ¿Qué necesitas más? Sigue andando, llégate a la pastelería Sacha de la plaza de Adrià y, a cambio de 1,05 euros, podrás degustar un cruasán mítico. Hay pasteleros que, de incógnito, acuden aquí para probar e intentar copiar los cruanes. Entre los cruasanólogos hay quien sostiene que los del Sacha son demasiados pequeños, aunque otros defienden precisamente esta concentración ligera de sabor y, para reforzar sus argumentos, se escudan en el viejo latiguillo arquitectónico del menos es más. Hay otras opciones. Si lo que queremos es cantidad, por 0,80 euros podemos acercarnos al Foix de la calle Major de Sarrià o a La Brioche de la calle de Casanova. Todas estas experiencias son emocionantes, pero admito que no lograron acabar con mi curiosidad. Así que cogí el cruasán por los cuernos y me acerqué a la pastelería Oriol Balaguer de la plaza de la iglesia redonda.
La puerta del establecimiento ha sido diseñada por una mente perversa y provoca en el visitante la extraña sensación de no saber cómo se entra y, una vez en el interior, no saber cómo se sale. El espacio es muy reducido, hay pocos productos expuestos, todo es ultramoderno y pijo, y puedes ver el catálogo de pasteles y creaciones varias en una pantalla. Es abiertamente futurista y no tienes la sensación de estar en una pastelería, sino en una mezcla de joyería y de concesionario para aparatos de microcirugía. Cuando ya estás pensando en marcharte, alguien, con acento brasileño o no, te preguntará qué deseas y entonces, si eres coherente con tu mantequilloso vicio, susurrarás: "Un cruasán". Ya sé que queda un poco miserable gastar tan poco en un escenario así, pero uno debe defender sus convicciones y, a cambio de 1,50 euros, te lo darán. Repito: 1,50 euros. Nos encontramos ante un precio que revoluciona el mercado del cruasán y que escandalizará, supongo, a la competencia. Pago y observo cómo me envuelven el cruasán como si de una pluma estilográfica para regalo se tratara. Cuanto más lo envuelvan, pienso, más impaciencia sentiré al abrirlo. Necesito ayuda para salir (maldita puerta) y, una vez en la calle, acelero hasta el Turó Park, donde me zampo el cruasán. Para resumir la primera impresión, me permitirán que utilice una expresión autóctona: "Collons!". Puestos a poner pegas, me intimida el marco y la sofisticación que rodea la experiencia. A este paso, llegará un día en el que para comerte un cruasán tendrás que ir a un concesionario, probar un prototipo y encargarlo para que te lo traigan, a precio de oro, al cabo de tres meses. Mientras tanto, buen provecho.
"Catalunya, sol i mosques va obrir el suplement setmanal un diumenge i ja dic que va provocar un malhumor generalitzat. Passava comptes d'un viatge que encara no ha acabat, que continuo fent de manera esporàdica, o bé perquè em du el camí cap a una altra part o perquè m'hi porten el gust o l'obligació. Un viatge a través d'un país lleig, descosit, extenuat per l'especulació, el mal gust i el desordre. Sento parlar sovint de l'arrière pays català a ciutadans il·lusos, o políticament mal intencionats, que pretenen que Catalunya és alguna cosa més que Barcelona. ¿On és aquest arrière? ¿Com es pot utilitzar sense envermellir aquesta expressió que França reserva per descriure llocs com el Périgord, la Provença o la Borgonya? L'arrière pays català només són unes golfes, sovint llardoses. I sempre, d'una manera exactíssima, quasi cruel, l'arrière és el fruit d'una insolidaritat manifesta que no concep, de cap de les maneres possibles ni tan sols les més atenuades, el do que agermana, la necessària característica col·lectiva, democràtica, del paisatge"
Los universitarios catalanes sufren cada vez más ansiedad y depresión
Mil estudiantes han ido al psicólogo. La mayoría cursa arquitectura y medicina. El 75% son chicas.