Josep M. Castellet, crítico literario
¿Cuántos libros ha leído usted en su vida?
No sé, algunos miles. Y no computo los originales que se me caían de las manos en la editorial o en los premios de los que fui jurado, claro...
De profesión, lector. Y para evadirse de un trabajo así, ¿qué hacía?
Leer novelas policiacas malas.
¿Qué libro le convirtió en lector?
De niño leí a Salgari, Verne, Doc Savage, aventuras... Empecé a leer sistemáticamente en el instituto: un grupo de amigos intercambiábamos libros, bien escasos en los 40.
¿Ha robado libros?
Sí. Retengo una colección de Dau al Set de un amigo…
¿Qué libros le conformaron?
Los que leí durante mi reclusión en el sanatorio de Puig d´Olena, a los 23 años.
¿Qué le pasó?
Tuberculosis. Tuve que permanecer aislado, solo. Cada quincena me traían un lote de libros y devolvía los anteriores.
¿Quién se los proporcionaba?
Mi familia y mis amigos Barral, Sacristán, Ferrater, y otros... Tenía tiempo de leer libros de gran calado, extensos...
¿Cómo sabemos que un libro es bueno?
Si su autor te transmite una visión del mundo peculiar, y lo logra mediante el estilo, la forma. La forma como fondo... La mayor parte de los escritores no lo consigue ni lo conseguirá nunca. ¡Así son las cosas!
¿Qué consejo daría a un joven escritor?
Fíjate en el escritor que más te guste y pugna por escribir mejor que él. ¡Si fracasas, que el fracaso contenga grandeza!
Usted podría haber escrito más...
Quedaré como el hombre que podría haber escrito más. Los de mi generación dilapidamos tantas horas y energías en agitación político-intelectual en la clandestinidad...
¿Se arrepiente?
Hubiésemos sido más útiles a nuestra colectividad dedicando ese tiempo a nuestra actividad creativa, intelectual o artística.
¿Le parece haber perdido el tiempo?
Me parece que la vida es un complot para evitar que hagas nada de provecho.
¿Por qué lo dice?
Obligaciones, compromisos, reuniones, llamadas, citas, comidas, distracciones... Al final, todo te emprenya. Deseas algo que, a la vez, no te concedes. Yo no he sido capaz de liberar tiempo para mí. Y queda cada día una sensación de vacío, de inutilidad...
Lo decía en su dietario de 1973. ¿Y hoy?
¿En qué?
Todo lo que hacemos no son más que tentativas de evasión de la realidad. A unos nos ha dado por la cultura. A otros, por el sexo, la droga, el alcohol o lo que sea. O por todo a la vez, como a mi amigo Ferrater... ¡Da igual! Son pequeñas satisfacciones, refugios ante lo inclemente que es la vida.
Su amigo Ferrater se suicidó.
Es que el suicidio es la evasión total, definitiva. ¡Le tengo absoluto respeto! Me niego a escrutar las supuestas razones de un suicida: sólo a él le pertenecen, y es imposible que nosotros podamos dilucidarlas.
Pese a todo, ¡la vida es interesante!
La vida es un sinsentido. Es extraña, no se entiende. De niño vi a unos tipos sacar imágenes de una ermita y quemarlas. No entendí lo que vi. Y aquella primera sensación de extrañeza la he tenido ya siempre.
¿Y qué me dice de tanta gente buena que hay en el mundo?
Esa bondad aislada no compensa una fuerza que atraviesa el mundo: el mal. Como explica Isaiah Berlin en El fuste torcido de la humanidad, algo no ha funcionado en la humanidad. Todos lo sabemos, por mucho que intentemos disimular.
¿Cuál ha sido su estímulo para vivir?
Intentar lo imposible. Hacer algo que esté más allá de tus posibilidades. ¡Ese es el único estímulo posible! El resto es irrisoriedad vegetativa. Haz: haciendo, te haces.
¿Con qué éxito?
Yo he combatido el sentimentalismo cósmico, toda fidelidad inmutable a personas, hábitos, objetos, ideas, pensamientos... Propugno una ética de la infidelidad: pese a mi escepticismo, yo quiero participar del devenir del mundo, y eso exige evolucionar.
¿Ha roto con amigos, ideas, cosas...?
Sí. Y es doloroso. ¡Pero hay que hacerlo! Lo que se acaba, se acaba. Con todo respeto para el dolor de las personas: el dolor es componente insoslayable de la vida.
Castellet, convendría alegrar esto...
Es mejor saber que las cosas son así. Yo acepto, para empezar, que el inconsciente está ahí, que es un conglomerado de fuerzas no racionales que me impele a hacer ciertas cosas, convénganme o no.
¿Se ha psicoanalizado?
Lo pretendí a los 47 años, en 1973, pero un amigo psiquiatra me aconsejó que, a esa edad, era ya preferible dejarlo correr: me advirtió que toparte a esas alturas de la vida con tu catástrofe interior... puede empujarte al suicidio.
Vaya, acabo de llegar a esa edad, así que mejor lo dejo correr, ¿no?
Sí. Vaya haciendo cositas, esas pequeñas satisfacciones... Haga lo que haga, el mundo seguirá yendo mal, ¿eh? El mundo siempre va mal. Siempre. Pero va.
En minoría
En 1973, Castellet se sometió a la disciplina de escribir un dietario para vivir en propia carne este género que Pla hizo brillar. Ese Dietari de 1973 (Ed. 62) quedó sepultado entre sus papeles. Ahora acaba de aflorar. Asombra la lucidez de sus juicios, formulados en días densos y tensos. Supo admitir públicamente estar equivocado, supo abandonar el realismo social para proclamar que sólo la libertad de los poetas (Nueve novísimos)puede determinar qué es la poesía. Y escribía ya entonces que Pla había hecho más por el catalán y Catalunya que todos los miembros juntos del jurado que le negaba el Premi d´Honor de les Lletres Catalanes, entre los que Castellet quedaba siempre en minoría.
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